El año pasado tuve muy buenas experiencias detrás del lente de cámaras, estuve en modo “principiante”, tuve la oportunidad de algunas sesiones fotográficas para diferentes necesidades comerciales. Apenas tres, pero antes no había tenido ni una, a menos que fuera parte de un cortejo o de una banda musical, jaja. Lo cierto es que esta vez era distinto, solo éramos mi afro y yo, más lo que debíamos modelar, llevar o mostrar.
Fueron experiencias de grandes aprendizajes. Les cuento que también fueron momentos de enfrentar temores, de demostrar lo aprendido, lo invertido, y de silenciar aquellos reproches que aún se me pueden salir frente al espejo, teniendo que rebotarlos con palabras de afirmación.
Jamás pensé llegar a escribir sobre aceptación de nuestros cuerpos, y es lo que hago ahora, todo el tiempo. Eso no significa que no tenga áreas para trabajar, mejorar y transformar. En una de estas oportunidades de trabajo, hace poco, compartí con un hermoso grupo de mujeres que se encuentran en una valiosa y hermosa transformación emocional y espiritual, tuve la oportunidad de compartirles mi experiencia, mis complejos pasados, mi historia y mis luchas actuales; juntas practicamos un ejercicio sencillo en recursos, pero difícil de vivirlo. Les cuento: la primera parte de este ejercicio, se trata de sentarnos frente a un gran espejo, pensar en nuestras críticas sobre nuestros cuerpos y rasgos faciales, y decirlas en voz alta.
Recuerdo que hace años ni siquiera era capaz de verme al espejo, y cuando lo hacía era como ir al buzón de sugerencias para el responsable de este diseño corporal. Me critiqué tan fuerte que llegué a humillarme a solas, a llorar frente a esa desconocida que veía a diario en ese espejo y que detestaba.
Volvamos al ejercicio: luego de mirarse al espejo, y decir aquello con lo que no estaban conformes en relación a sus cuerpos, me detuve a hablarles de la autoría, de la firma que llevan con aquella gran frase de “y vio Dios que era bueno”; seguimos con una clase hermosa de belleza, de belleza real, propia y de resaltarla.
Al finalizar esa parte, fuimos de nuevo al espejo, cambiando los reproches por una frase que hace callar cualquier complejo, estándar o estereotipo social: “me comprometo a amarte cómo eres”. ¡Wow!… ¡Qué poder tiene esa frase! Una vez tuve que hacerlo, nadie me guío en ese ejercicio, solo me harté de criticarme y entre lágrimas de dolor, rabia y decepción, me vi al espejo y me dije: “¡necesito que me gustes!”, recuerdo que me eché a llorar al suelo tal vez por 10 mínutos, muy novelera en el baño de mi cuarto, jajaja. Y esa frase vino a mi mente tan fuerte que creí escucharla, entonces lo supe, ¡era mi Creador salvándome una vez más! haciendo menguar mis decepciones, así que me levanté y me vi de nuevo al espejo, con ojos rojos, hinchados y cara húmeda, me dije “me comprometo a amarte aunque ahora no me gustes” y “me comprometo a amarte hasta llegar a gustarme”, solo me repetía esas dos frases… créanme, era más difícil de aceptar estando en ese nivel de destrucción,jajaja. Ahora practico un aprendizaje personal: el espejo es un buzón de agradecimiento al Creador, no un buzón de reproches o sugerencias.
Y cuando estoy en días donde algo parece no lucirme, o en esos días donde nos levantamos como raras, en mi familia decimos “¡amanecí con el feo subido!”, vuelvo a la escena, vuelvo a la frase, vuelvo a sonreírme, vuelvo a dejar a un lado los estereotipos basados en una belleza única, anulando la diversidad divina.
Te hago una invitación personal: vive viviendo esta frase “¡me comprometo a amarte cómo eres!”
Rouse,
#LaChicaDelAfro